martes, 29 de abril de 2014

El contador de chistes

Juancho era el contador de los chistes más flojos y desmechados. Cada domingo, después del almuerzo familiar, aprovechaba que todos estaban reunidos para parar a la audiencia con un "les voy a contar un chiste". Todo el mundo se miraba y pensaba ¿con qué irá a salir hoy?
Y empezaba a contar los chistes más flojos que se hayan podido inventar. Cuando él terminaba miraba seriamente a uno por uno esperando la risa. Y sus chistes eran tan tan flojos que daban mucha, pero mucha risa. El contador de Micoloco le decía: "Juanchoooo... ¿no te da pena contar esos chistes tan malos? y Juancho se reía y se reía y volvía a empezar.

Irma la muñeca

Cuentan los cuentos de una niña callada, que Irma era una muñeca grande que olía como sólo huele una muñeca nueva en la maravillosa infancia.
Tenía cabello café de pasta, siempre quieto, siempre peinado; como una reina o una modelo de revista de figurín prestada. Sólo se comparaba con la hermosa y pequeña muñeca negra, que habitaba en los brazos de Lucero, la hermana. Era tan bella como Irma. Parece que se llamaba Nuri... Ambas no hacían otra cosa que dejarse cargar suscitando historias de maternidades aún no exploradas.
Un día, quizás a través del anual nacimiento del Niño Jesús, llegó Blanca Nieves (igual de pasta rígida y quieta, pero colorida como un mural de Pedro Nel Gómez); y llegó triunfal con sus siete enanos. ¡Eran hermosos! ¡Olían delicioso! Y en las tardes bajaban de la radiola de teclas donde usualmente se montaban.
Y entonces... un día, después de la llegada de Blanca Nieves, Irma desapareció. Se fue. ¿Qué pasó con ella? También ese cuento se deshilachó.
¡Quién sabe...! A lo mejor se fue llena de tristeza al oscuro cuarto de atrás de nuestra casa. Sólo vuelve de vez en cuando en fotos grises y blancas la muñeca querida y olvidada.

lunes, 28 de abril de 2014

El legendario MICOLOCO

A todas estas, mientras los cuentos andaban y andaban desde todos los lugares del mundo, un cuento cortico creyó ver al legendario Micoloco descansando en una enorme casa de campo que parecía la cola de una estrella fugaz. No lo podía creer. ¿Será verdad que yo tan cortico lo haya encontrado? Resuelto a no quedarse con la duda tocó a la puerta pero nadie le respondió.
El radio que estaba prendido dando las noticias se quedó en silencio de un momento para otro. Quizás alguien lo apagó. Parecía que nadie respiraba adentro. Ni siquiera se escuchaba afuera la brisa cantarina que elevaba cometas en esos meses del año.
El cuento cortico, extrañado, volvió a tocar. Se asomó por las 16 ventanas abiertas y no vio nada, excepto claro está, los muebles color arco-iris, una colección de flores nacidas exclusivamente bajo los puentes imaginados por Micoloco y muchos picos de gallinas enmarcando pinturas de extrañas hazañas de guerras imaginarias, y cuentos contados una y otra vez, y siempre una vez más.
¡Qué raro! Pensó el cuento cortico. De acuerdo a los datos que tengo, hay muchos indicios de que éste sea el paradero final de Micoloco. Pero... ¿cómo saber si era él? Tenía entendido que realmente nadie lo ha visto tal cual es. Sabía de las gallinas, de los puentes, de las guerras, del valor incomparable de Micoloco, pero no sabía más.
O tal vez si... Hace muchos años, una mujer le había dicho que desde el lugar de cada cuento contado, recordaba la imagen de unas rodillas muy cerca a las suyas, un palillo o un espartillo en la boca y una risa estruendosa cuando aparecían las preguntas ineludibles de un... "¿y entonces... qué pasó?". Ahí fue donde el cuento cortico, descubrió que todas las materas de esa enorme casa, estaban sembradas de palillos como si fueran la cerca de un minipaisaje ideal.
Ese día, el cuento cortico tomó la decisión de no asistir a la reunión mundial de cuentos deshilachados y se quedaría buscando la imagen del cuento legendario en el corazón familiar.

jueves, 24 de abril de 2014

El lector de pinturas y los cuentos en el arroz

Ismael es uno de los primos preferidos de Salomé. Nació en la ciudad de las flores. Desde muy pequeño le gustaban los carros igual que a su abuelo y a su papá. En los cumpleaños casi todos le daban carros y motos de todos los colores y todos los tamaños. Hasta la abuela Necho le compró un día un enorme camión. ¿Sería verde o amarillo? Habrá que buscarlo en los tarros de las fotos viejas o en las memorias del computador.
El hada sabía que él era un ser muy especial, porque se le podía llamar con el pensamiento y él, que siempre estaba pensando, ahí mismito lo encontraba a uno para conversar. Es por eso que ese día, él se las encontró jugando a buscar los cuentos debajo de cada rincón. Aprovechó para saludarlas. ¡Hola Salo; cómo está señora hada¡ Y ya saludadas, a ambas les preguntó: ¿Les pasa algo? ¿Por qué esa cara de preocupadas?
Salomé le contó todo con mucho detalle y él se sonrió despreocupado.
Tranquila Salo que yo sé dónde están algunos cuentos deshilachados.
Cuando yo era más chiquito, pero mucho, mucho, mucho más chiquito, mi tía Marta me enseñó a ver los cuentos de los cuadros. Jugábamos a imaginarnos qué pasaba en las pinturas que encontrábamos en los cuadros. Puede que se hayan metido todos en los cuadros de las casas, los museos o las iglesias... que se hayan ocultado y por eso no los pueden encontrar.
Aunque esperate un momentico que me acabo de acordar que cuando me yo no quería comer me contaban cuentos de aviones que volaban y trenes que entraban por el túnel de la boca. Así me comía la comida. Puede que haya cuentos colgados en las cucharas o escondidos debajo de la sopa, hasta que uno la logre terminar.
Si quieren yo les ayudo a buscar. Es muy grave que no encuentren los cuentos, porque así mismo se perderán las novelas y las poesías y se irán borrando todos los libros escritos. Con razón Nico lloró.
El hada estaba fascinada. Nunca pensó que también los cuentos se ocultaran en las sopas y menos en el arroz. Cuando volviera a casa les contaría a sus amigas lo que había descubierto.

La promesa

Salomé era muy muy amiga de las hadas. Le gustaba mucho estar con ellas por hermosas, coloridas y porque reían a carcajadas.
Esa noche, preocupada por la promesa que le había hecho a su hermano Nicolás, llamó al hada más pequeña, a la que le habían regalado todos los colores para sus alas, y le contó el enorme problema que se iba a armar si no encontraban los cuentos deshilachados. Le dijo que tenía algunas sospechas y que por favor le ayudara a buscarlos. Le contó del llanto imparable de su hermano. Ahí fue donde el hada le preguntó si es que estaba muy groserito y malcriado. Salomé lo defendió como siempre, diciéndole... ¡no señora, es sólo por los cuentos que todavía no hemos contado!
Cambió la conversación y dijo al hada que posiblemente se habían ido en el barco DULCE VIENTO que ella misma le había comprado con su mamá, a su hermano. Y entonces, comenzaron a revisarlo todo. Debajo del pirata, en las velas del barco, en el mar, bajo las monedas pero no encontraron nada. Ella recordó que en la casa había muchos cuentos ya deshilachados que ellos mismos habían dejado tirados. Seguro estarían entre los juguetes, que por cierto eran muchos, o quizás debajo de las camas, del sofá, o incluso por dentro del piano. No podía dejar que el día se iniciara. Tenían que trabajar en la búsqueda toda la noche antes de que su hermano despertara.
De pronto... claro... ella se acordó que su mamá ayudó a embellecer el jardín de las hadas.
Pensó que tal vez los cuentos se metieron en las casas y decidieron en un sueño flaquito, salir a buscarlos. Como se avecinaba una tormenta, las casas estaban cubiertas por papeles de colores para no mojarse. Las mariposas amarillas, que no pudieron asistir al entierro de Gabo, sujetaban bien los papeles para no dejar mojar la casa. Pero... ¡Tampoco!. Allí no había nada.
Hada, por Dios, ¿qué vamos a hacer?, le dijo angustiada Salomé. El hada subió los hombros y le dijo: hummm, y yo se pues... Busquemos a otros niños a ver qué saben de esta desgracia.
Pero como las niñas no deben salir solas de sus casas a altas horas de la noche, entonces volvieron a cerrar sus ojos y se fueron de sueño en sueño, buscando vecinos, primos y amigos para que les ayudaran.

El primer niño que buscó los cuentos deshilachados

Los niños estaban felices de leer y leer sus mismos cuentos completos porque eran casi perfectos. No les importaba la repetición. Al contrario, se habían aprendido el final, las caras de sus personajes, los silencios, los movimientos; se asustaban y se des-asustaban porque conocían claramente que se trataba de un "como si...", sabían que era de mentiritas y que los malvados no llegarían nunca hasta sus camas o que con sólo despertarse los monstruos de la noche desaparecerían con la primera sonrisa de amor tierno, que alguien les dieran como pan caliente para desayunar.
Nadie parecía extrañar los cuentos deshilachados. De hecho, hasta se había sentido "un fresquito" sin esos cuentos inconclusos y deshilachados que brotaban como flores de la imaginación pero a los que era muy difícil catalogar porque no se terminaban jamás.
Pero hubo un niño que de pronto comenzó a extrañar los cuentos deshilachados. Se dio cuenta que ya nadie los estaba contando, que nada volvía a empezar otra vez de un modo distinto. Entonces tomó su catalejo y los comenzó a buscar. Buscó y buscó. Preguntó en su preescolar, fue a los parques y miró cerca a las bancas, en los columpios, miro por encima de las cometas, buscó entre las conversaciones secretas de sus papás... y ¡Nada!
¿Qué se habrán hecho?. ¿Se habrán muerto? Pero si no eran viejitos, ni estaban enfermos. ¿Se aburrirían porque él no quería que se los contaran? Sintió mucha tristeza y lo invadió un temor de quedarse solo de cuentos que aún no estaban contados.
Gritó día y noche llamando a los cuentos deshilachados. Su mamá estaba por enloquecerse. Y por ningún lado pudo encontrar al menos a uno para que le informara qué había pasado.
Su hermanita lo tranquilizó diciéndole que aún tenía muchos cuentos guardados en su imaginación que no había contado nunca. Que le iba a contar uno nuevo. El niño se tranquilizó y durmió calmadamente toda la noche y con una hermosa sonrisa de labios cerrados en su boca.

Convocatoria mundial

Un día cualquiera apareció en internet una extraña convocatoria dirigida a todos los cuentos deshilachados del mundo, para asistir a la Plaza Azul, del país conocido como TUTIERRA, en las horas de la tarde, de un día gris-lluvioso-.
Alguien se había tomado el trabajo de convocarlos por varios medios virtuales, pero nadie supo bien quién fue. La fecha no estaba definida aún. Sólo se sabía que sería un melodioso día gris-rayi-lluvioso.
Los cuentos deshilachados delas zonas más lluviosas del plantea, se alegraron al saber que no eran únicos, que había más cuentos parecidos a ellos en el mundo y que pronto estarían juntos compartiendo sus historias truncadas. Que un día de lluvia era bastante común y por tanto, presumían, no tendrían que esperar mucho para esta maravillosa reunión. Creían que la fecha estaría bastante cerca.
Los de las zonas secas y semi-secas se pusieron en cambio muy tristes, por no decir, enojadas. ¿Cómo podrían saber cuándo asistir si en sus tierras no llovía casi nunca? Los más cercanos decidieron escribirle al desconocido de internet para exigir un cambio en las indicaciones climáticas del encuentro. El desconocido pensó que tenían razón y fue más explícito que en su primera publicación. Propuso por fecha el próximo 1° de abril porque en abril se les alborota el corazón a los poetas, que son los vecinos más queridos por los cuentos deshilachados.
Todos estuvieron felices y de acuerdo. Acordaron que fuera como fuera, todos llegarían a la una en punto.
Fue así que en todos los pueblos del mundo vieron partir cadenas interminables de cuentos deshilachados; algunos iban por aire, otros por mar y otros por tierra. Los más astutos, para no andar demasiado, se metieron ocultos entre los libros de los viajeros, o entre los juegos y las risas de los niños en los parques, o en el rincón preferido de la casa de algún adulto que amaba contar cuentos completos. Así no se gastaban de andar y andar y podían mirar y aprender, para poder crear.
Hubo cuentos que pasaron por la Plaza Roja de Moscú, otros por la Casa Rosada en Argentina y otros por el río de los siete colores de Caño Cristales en Colombia. Ningún cuento había estado jamás en TUTIERRA.
Se rumoraba que su plaza era tan hermosa que, ni el azul del mar, ni el del cielo, ni el de las plumas, ni de las flores, se comparaba con su belleza. Sin embargo, también se había difundido el rumor de que allí nunca hubo cuentos deshilachados, ni quebrados, ni rotos, ni completos, ni peregrinos. Por eso era una hermosura incompleta.
¿Qué podrá pasar en esa reunión mundial, cuando todos los cuentos deshilachados se reúnan?
Tantos cuentos visitando lugares tan hermosos… ¿cuánto tendrán para decir? ¿Cómo se organizarían para tomar la palabra? ¿Qué tendrá organizado el desconocido de internet? Y a propósito… ¿el desconocido será un niño o será un adulto? ¿Por qué sólo llamaron a los cuentos deshilachados? Estas y muchas otras preguntas las iban pensando los cuentos viajeros mientras andaban.
Y una noche, debido a una estruendosa fiesta del día de los muertos en México, donde abundaban la pólvora y los dulces, llegaron sin querer más de 1.000 cuentos que iban de paso para su ansiada reunión. Allí se toparon con los cuentos peregrinos, pero no les dijeron nada, porque ellos sabían que los peregrinos eran bastante famosos porque un Nobel los había escrito y miles de grandes y niños los habían leído y contado.
En cambio ellos, estaban al comienzo de todas las narraciones y nada más. Les daba un poco de vergüenza ser tan deshilachados. Nadie los acababa nunca. Los dejaban suspendidos o tirados en el centro de un tiempo inmaduro e inacabado. Los niños lo hacían menos que los adultos pero al fin y al cabo, también los abandonaban y de tanto esperar su final, estos cuentos se iban entiritando.
Dicen que llegó el día que se vieron ríos y ríos de cuentos deshilachados, atravesando caminos, resistiendo con silencio los peligros que se les presentaban y encontrando historias que nunca nadie había querido contar.
Y como ya no tenían a nadie que los contara, comenzaron a contarse entre ellos mismos y así se alimentaban de palabras, fantasías, nuevos comienzos… aprendieron a reírse de sí mismos, a sorprenderse con sus propias historias, a llorar por sus desgracias parecidas o inventadas, y casi todos por primera vez, amaron no tener “el colorín colorado, este cuento se ha acabado”, porque descubrieron que antes de cualquier colorín, siempre podrán ser inventados de nuevo.