lunes, 26 de mayo de 2014

Cuentos pillados

Algunos de los cuentos deshilachados que se transportaban secretamente en libros importantes, fueron pillados.
Inmediatamente se dio la orden de sacarlos de allí porque los libros corrían el riesgo de perder toda credibilidad de narraciones acabadas. Pero eso a los libros no les importaba.
Arrojaron montones de libros a través de la ventana, al cuarto naranja para la inspección profana. Los cuentos deshilachados temblaban de pavor, porque no sabían qué les podía pasar.
Entonces se oyó una voz gruesa y furiosa que gritó: ¡Salgan todos los cuentos colados! Que no quede ni uno escondido o descarriado.
Los cuentos más jóvenes saltaron sin decir nada, casi orgullosos de haberse colado, pero los mayores estaban aterrados y paralizados. No pudieron moverse.
Tres novelas de amor, cinco libros de historia, siete tratados de filosofía y un atlas de geografía universal para la educación primaria, se compadecieron de ellos y decidieron ampararlos.
La inspección duró cinco días hoja por hoja, lomo por lomo, letra por letra, tabla por tabla. Los cuentos ancianos se refugiaban calladitos en el fondo de las páginas.
Pero con el alboroto una fuerza enorme emergió de las primeras letras de infancia. Todos los libros volvieron a la ventana y lanzaron al infinito a los cuentos ancianos para salvarlos.
Cuentan entre los libros, que desde ese día, el cuento de los cuentos pillados fue para siempre lo más secretamente preservado.

miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Y si volviera la infancia?

Y un cuento anciano les preguntó a los presentes: Señores... ¿quisieran volver a ser niños?
Los más adultos se quedaron pensando... Para muchos estaba ya tan lejos la infancia… no por edad sino por esa absurda y terca seriedad de las “personas mayores”, que ya no recordaban.
El primer adulto murmuró en voz muy baja pleno de emoción: ¡Sería maravilloso! Podré volver a ser pianista, bombero, cura, bailarina, maestro, doctor, zapatero y soñador! ¡Jugaré de nuevo al policía y al ladrón! Retornarán del olvido mis amigos imaginarios. Y en mis juguetes volverá a latir un corazón, no importa si es un tarro, una muñeca, un carro o un balón.
Volveré a estar inmensamente triste, o furioso, envidioso, feliz o amistoso, porque volveré a ser siendo, cada vez, día tras día. Retornarán los miedos de los cuentos asustadores pero al despertar, sabré de nuevo que se trataba de un como si... jugando. Me volveré de nuevo esponja de conocimientos y preguntaré por qué, por qué y por qué... a cada paso. Cantaré en alta voz por las calles de mi barrio, por el parque, por los rincones preferidos de mi cuarto. Volveré a pintar en los cuadernos, en los muros, en los cuerpos y en las caras. Me reiré, imaginaré, exploraré, crearé y creeré. Sobre todo creeré. Seré otra vez niño y niña, señor y señora y hasta aprenderé a ser viejito y viejita porque la verdad, nunca me lo pregunté. Seré piedra y nube, sol o estrella, pájaro, flor, lápiz, tablero o borrador. Seré amarillo y verde, azul y violeta, blanco, gris, naranjita, uva y limón. Y la vida explotará todos los días, en el centro de mi querida infancia.
Hubo un silencio después de tanto alborozo.
Y una señora que lo escuchaba, no murmuró, sino que gritó de inmediato. Yo no tuve nada de esa infancia; ni juguetes, ni cuentos, ni colores, ni sueños, ni abrazos. El juego estaba prohibido en la calle y en la casa. Jamás fue un derecho. No hubo muñecas, ni balones, ni canciones. Sólo gritos y maltrato. Hoy soy una mujer triste y bravucona acompañada sólo de un negro y flaco gato. Tuve que trabajar sin chistar y sin llorar. No me cuenten de esas historias de antaño, con infancias felices y amigos imaginarios. La infancia no es un paraíso y por lo visto hay muchas formas de infancias. No quiero volver a ser niña, no quiero jugar con el pasado.
Entonces, un joven indígena le contestó al cuento anciano. Para mi, no hubo mucha diferencia entre la infancia y la adultez porque siempre estábamos andando. Aprendí a leer la madre tierra, el cielo, el día, la noche, el rayo; también el agua, el viento y el campo. Supe de las estrellas, de las siembras, de los amigos, los taitas, las máscaras y los cantos. Aprendí riendo mi lengua con las historias de espantos y nos pintamos el cuerpo como en un hermoso cuadro. Leí la adultez y la infancia pero nunca supe si eso que hacían lo llamaban... "jugando".
El cuento anciano no supo qué decir con tantas formas de vivir la infancia.

miércoles, 14 de mayo de 2014

El tren con los cuentos cantados

Los cuentos contados por las canciones decidieron tomarse un buen día de descanso en su tarea diaria de cantar y contar. Ninguno era un cuento deshilachado.
Querían conocer el tren y viajar por los siete minutos oscuros del túnel de la Quiebra. Entonces comenzaron a reunirse en las hermosas bancas de la estación, en pleno centro de la ciudad.
Las primeras en llegar fueron doña Rosario, la negra Celina, Alicia adorada, Matilde Díaz, Carmentea, Maria Antonia y la negra Tomasa. Eran viejas amigas y les habían cantado a abuelos, papás y amigos, en los trapiches, cocinas, parques, caminos y hasta en las plazas; todas sonaban en casi todas las radios.
¡Cómo llegaban de canciones! decían algunos viajeros que también esperaban.
Los cuentos cantados fueron comprando tiquetes de embarque y lentamente se fueron montando.
En el primer vagón decidieron estar las canciones con nombre de mujeres. Conocían pocas canciones con nombres de hombres y por eso, si alguno por equivocación se montaba allí, lo dejarían pasar para preguntarle, por qué pasaba eso en la música colombiana. Aunque después lo pensaron bien y se acordaron de Moralito, Francisco el hombre y el compae Chipuco. Decidieron entonces no declarar el vagón como el de las canciones de nombres de mujeres para no equivocarse. No sabían con qué podrían encontrase entre tanto y tanto cuento cantado.
En el vagón amarillo se montaron las canciones más bullosas y estruendosas. Se sabían escuchadas en todos los rincones y en cualquier época del año. Había cumbias, porros, paseos, sones, vallenatos, salsas y cada vez se armaban más y más cumbiambas. ¡Qué tremenda parranda! Sonaron los tambores, las trompetas, las flautas de millo, los acordeones y las maracas.
Cuando comenzaron a cantar Yo me llamo cumbia los cuentos cantados se levantaron para iniciar la danza. Entonces vistieron su "pollera colorá", salió la negra a prender la vela y rieron al recordar el día en que "Moralito" se negó a hacer parranda. Era tanto el escándalo en este vagón que en el camino, el tren a ratos paraba. Brindaron por Lucho Bermúdez, por José Barros y su Piragua. Por Totó la Momposina, por Vives y por todo el que puso voz y música para iniciar sus danzas. La cumbia gritaba: ¡Denme un sí, denme un sol! y el vagón completo gritaba y gritaba.
No se sabía de dónde salían tantos y tantos cuentos cantados.
El vagón verde estaba un poco más vacío porque sólo estaba la música de semana santa. Al bambuco le dio tristeza. Llamó al pasillo y a sus amigas verdes de la montaña. En silencio recordaron a los abuelos, los sauces, los guaduales y las acacias.
Los cuentos de las canciones infantiles corrían de arriba para abajo en el vagón azulconblanco. Ni el negro Cirilo, ni Sammy el heladero, ni siquiera la bruja loca, pudieron contener tanta alegría por el paseo con los demás cuentos cantados. Las rondas jugaron el buen duque Juan, mientras el elefante se balanceaba. Federico y su mujer repartieron arroz con leche y café, porque a la iguana eso era lo que le gustaba. Elena la ballena bailó con la serpiente de tierra caliente, el coco-coco-codrilo y el osito de lana.
Y en el último vagón, en el rojo de pepitas blancas, iba el señor don Piero cantando su sinfonía de los animales, junto a JaraCuentaCuentos y María Elena Walsh con Manuelita, sus títeres y su gatopato.
Y así...rondas, cuentos, canciones y adivinanzas, saltaban, jugaban y disfrutaban.
Esa es la historia iniciada del paseo, de algunos cuentos cantados.

lunes, 5 de mayo de 2014

La finca encantada

Un extraño cuento pasó por aquí contando la historia de una finca encantada. Al parecer allí vivía un cura sin cabeza de nombre Plutarco. La finca se llamaba Las Jíqueras y quienes conocían su nombre se echaban a reir porque les parecía el nombre más feo que se había inventado alguna vez.
Libardo, su cuidandero, tenía unos pocos, pero muy pocos dientes. Se reía como se ríen los campesinos, a boca suelta sin importar a quién pueden despertar.
Y cuentan que una noche, una muchedumbre salió para la cañada a buscar el cura sin cabeza. Los niños rezaban para que no lo encontraran. Algunas mamás secretamente también lo hacían. Pero los papás y los tíos, lo mismo los amigos, soñaban con encontrar el tesoro perdido.
Jamás lo encontraron. Creían ver al cura en cada hoja de plátano plateada por la luna y decían: "miren, alli va". Pero al despertar la platanera no se había marchado.

Cuento flojo de juegos y juguetes

Si los juguetes pudieran despertar de tanto olvido, convocarían a los juegos más queridos y a los recuerdos más alcolchados de la infancia.
Volvería a levantarse el enorme lazo de saltos hasta cien, con el reloj de Matusalén. Las ollas de los sancochitos revivirían entre el árbol de Lorenzo, el bombero regañón, y el alto tubo de la esquina, sonaría de nuevo apurando entre piedra y risas, el enorme carrerón.
Crujirían el carro de rodillos, la patineta azul y la rosada; rodarían de nuevo la bicicleta y el balón; y girarían sin parar el yoyo, el trompo, el toma-todo, la hula hula o el crayón. Subiría y bajaría la pirinola y se escondería otra vez el anillo para que no lo encontrara su "taita Javier". La "estatua" se desparalizaría para siempre, para correr desenfrenada junto al gato y al ratón. Todos jugarían pañuelito con "Teresa la condesa, tipitipi, tipitón".
Las cometas subirían a los zancos, brincarían en canguros y bajarían raudas trepadas en un cartón.
Blanca Nieves con sus siete enanos se negaría de nuevo a hablar con los romanos. Volvería a andar la diligencia, el carro y el tren con su vagón.
Y la cajita de música mostraría su brillante espejo con rodillos musicales. Volvería el olor de la maleta y sus coloridos números desordenados y desiguales. Olería a lápiz nuevo, a uniformes, a amistad... a "patio-salón"; después de cada juego también se convocaría al sabor, y entonces, aparecerían de nuevo las "solteritas", el cofio, el minisigüí, las velitas con coco, los recortes, la aguapanela y la agradable leche con su nata y su calor.
Volverían también las viejas tapas con cera y números, las bolas de cristal, el turro de la goloza, los sonajeros y los secretos en el cajón.
Los símbolos de hermandad y de amistad jugarían con alegría entre las identidades y las edades, sentados juntos en la banca hermosa de los cuentos dominicales.
Si los juegos pudieran volver desde la honda distancia del olvido, renacería por una vez más la banda musical de los retazos; se escucharían armoniosas las estruendosas tapas, los baldes, los molinillos, las cucharas, las maracas y los tarros. Y entonces... cinco hermanos volverían a estar bajo la mirada adivinadora y amorosa de su madre.