lunes, 3 de agosto de 2015

La jeringuita de vidrio

Eso de poner inyecciones con la jeringuita de vidrio era todo un arte que, en cierto modo, por fortuna se ha comenzado a olvidar.
Había que cocinarla por mucho rato para la aguja poder desinfectar.
La jeringuita vivía en un estuche metálico de bordes redondeados, que presumía ser de seguridad. Pero qué va... Con su vieja aguja gigante nada podía tener seguridad. Justificado estaba el pánico de los niños, que aunque aún no conocían los riesgos de su incansable andar... sí reconocían el penetrante chuzón de esa jeringuita, que se la pasaba de cola en cola y luego en ollas de cocinar.
La aguja, junto al termómetro, curiosamente coincidían con la fiebre, las ronchas o el malestar; se metía en la carne de los niños y los abuelos, ignorando el padecimiento que producía al traspasar.
A veces los niños suplicaban por una sábana mojada sobre la cama o la cuna, incluso en la frente del más audaz, intentando esquivar el dolor de aguja que era siempre muchísimo mayor al del malestar.
Muy poca gente dominaba o ensayaba el arriesgado arte de inyectar.
Pero la mamá sí lo sabía y por eso recibía visitas inesperadas, a cualquier hora, de algún extraño enfermo, a punto de desmayar.

3 comentarios:

  1. Pues de la famosa jeringuita y su respectiva agujota yo tengo los peores recuerdos, incluso creo que le debo mi trauma a las inyecciones. Este cuento, para mi, fue de terror.

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  2. Que risa. No sabía que había escrito un cuento de terror.

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    1. Me produjo recuerdos escabrosos y miedosos... todo un cuento de terror

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