jueves, 30 de octubre de 2014

Las tizas

Que hermosos los trozos de tizas de los tableros negros o verdes pintados. Tizas blancas, cuadradas o redondas, de colores, de muchos colores, al parecer, totalmente gastadas. Cuántas palabras quedaron no escritas, cuantos dibujos, mapas, geometrías o fórmulas, nunca pudieron ser borradas, cuántas se quedaron atrapadas en esos pequeños segmentos de tizas, huérfanas de maestros y alumnos, o presas de jugadores con sus tapas emparafinadas.
Que polvillo invasor, amante de los uniformes, las manos, el cabello… hubo en cada niño y niña de los tiempos de antaño, pero también que polvillo abrazador para ocultar las manchas de los relucientes tenicitos blancos.
Quien no robó una tiza en su escuela o su colegio, quien no trazó golosas en las calles, un, dos tres, camino al cielo, y vuelva a empezar el juego como si nunca hubiera estado antes. Quien no jugó a la escuelita en su tablerito enano, acompañando las tizas de reglas y borradores bien dispuesticas en sus dos manos, para jugar el juego de la docencia, ante los alumnos vecinos o los alumnos hermanos.
Qué lindas son las tizas que escribieron tantos aprendizajes.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Cuando Micoloco recordó una canción

Esa tarde el cuento cortico, escuchó cantar dulcemente a Micoloco. Estaba sentado en su silla preferida de cuero negro bordada en recuerdos a todo color.
Lo acompañaban dos infancias de distintas épocas, cuando Micoloco preguntó: ¿porque no han cosido todavía el cuento de Campirana? Las infancias se miraron a los ojos y dijeron: ¿Qué es eso?
Pues una canción, respondió él. Los niños siempre la cantaban.
Ah, ah. No la conocemos. ¿Cómo es…? ¿Campirana?
Él aseguró que todos la debían conocer y que muchas veces, al menos una de ellas, la había cantado con él.
Pero no era así.
Buscaron en internet para recoger ese recuerdo y encontraron una virgen, un jardín de quimeras, una eterna cruz, una rosa, una muy viejísima canción.
La infancia mayor de las dos, hubiera querido salir a preguntarle al Juancho de todas las músicas, de todas las canciones y todos los ritmos, si conocía esa canción. Pero Juancho, que era su amigo de muchos años, el día antes había viajado al corazón de todas las melodías conocidas y por conocer, y no pudo decir como siempre lo decía, Martica claro que me la sé.

martes, 28 de octubre de 2014

¿Llegó la música al cielo?

¿Es verdad que llegó la música al cielo? preguntó un cuento que acababa de empezar.
No. Claro que no, le contestó un desconocido. La música ya estaba allí. El que llegó fue Juancho a alborotar a los demás músicos de corazón.
¡Se sabía que él no se iba a quedar callado! Por supuesto que no. Lo dijeron los del Málaga y tenían mucha razón.
No pudo llevar su "tera" de canciones repletas de paisajes, recuerdos, historias de amor y de dolor. No pudo llevar el arpa con su pájaro campana, ni su completa colección de música, que lo hacía fumar y fumar, para aplacar su interna agitación. Tampoco cargó los tangos de hombres y mujeres con los que bebieron y lloraron sus amigos; no llevó boleros, baladas, o su clásica querida, que tesoros tan grandes tenía en su casa y en su alma... ¡por Dios, Juancho, por Dios!
Preservó su saber inmenso en acetatos, cassetes, cd y usb... Y en su alocada, hermosa y desenfrenada pasión, compartió con todo el volúmen las canciones, para obligar a todos a resonar por dentro, colmados de compañías y emoción.
No pudo llevarse nada pero no era necesario. Su llegada fue al corazón mismo de la música. Ese, es hoy su cielo.

Preguntando por la Plaza Azul

Meses después de la convocatoria, ningún cuento deshilachado sabía aún a qué lugar iban a llegar. ¿Dónde está la Plaza Azul? No tenían la menor idea de su ubicación. Sólo sabían que estaba al sur del planeta. ¿Qué tan al sur? Nadie lo sabía aún.
Escuchaban decir, eso sí, que era la plaza más hermosa de todas las plazas del universo.
¿De qué estaba hecha? ¿La habrá construido un arquitecto o quizás la dibujó un ilustrador? ¿La habrá soñado un niño, un joven o un anciano, tendrá casas, iglesias, caminos y parques a su alrededor? ¿Llegarán los pájaros, ladrarán los perros, se posarán las mariposas o habrá estanques con pecesitos de vivo color? ¿Irá la gente a sentarse en bancas y a confesar sus felicidades o su dolor?
¿Para dónde van todos los cuentos si no saben claramente ni las rutas, ni la ubicación? ¿Por qué andan siguiendo los caminos de la imaginación? ¿Serán tontos los cuentos? ¿Será por eso que se quedan deshilachados y nadie consigue finalizar su narración?

martes, 14 de octubre de 2014

Recuerdos de las letras verdes

A veces las canciones viejas traen a las memorias, los vívidos rostros de los muertos, decía uno de los cuentos más deshilachados, pues como cuento, aún nadie se había propuesto contarlo. Se habla de vívido rostro porque emerge con fuerza en las crestas del recuerdo, como si ningún tiempo hubiera pasado, como si la presencia no proviniera de una dolorosa y profunda ausencia.
Así comenzó ese cuento deshilachado. Con una canción bastante vieja. Se llamaba: Amor del alma. Decía: "Nuestro amor, es una bendición de Dios, y no puede existir pareja tan feliz, como nosotros dos. Tú y yo hicimos de la noche azul, una linda canción, un poema de amor, para soñar los dos... Así.... es el amor del alma. Así.... nos queremos tu y yo"
Y dicen que con el rostro de nuevo vivo, por supuesto se antoja de volver la voz, el tono, el gesto, la respiración, la sonrisa, la dulzura... el ser que sigue siendo, y que en medio de cualquier tarde, incluso después de muerta, sigue cantando a su amor del alma.
¿Dónde está el cuaderno Bolivariano, casa de las letras verdes, de pasta café con un mapa de Colombia en la solapa, y con Panamá aún, propiamente dibujado? ¿Qué se hicieron los versos personales, los poemas y los boleros escritos con tinta verde y caligrafía hermosamente cuidada?
¿Dónde han quedado el labial rojo, el polvo de cara y el lápiz café para las cejas pintadas? ¿a dónde fueron los bolsos, los relojes, los zapatos, las joyas y hasta la ropa nueva esperando por fin, ser usada?
Cuentan que esa mujer disfrutaba la elegancia a su medida, tanto como las historias de las farándulas nuevas y las pasadas. Se levantaba de noche a presenciar vidas y muertes de princesas, reinas, presidentes y papas.
Esa mujer de hermosas letras tinta-verde, pensaba que la cabeza jamás debía vestir de blanco. Por eso no amaba el blanco en la ropa y menos en sus cabellos canos.
Siempre creyó en el amor, bien lo sabían las canciones, dijo la canción del "camino de la vida".

jueves, 9 de octubre de 2014

Y jugamos en el bosque

El bosque de este cuento era de verdad, de hace mucho, pero mucho tiempo, más o menos como un pedazo grande de vida larga.
Los papás, que tenían poco dinero, pero mucha imaginación para sacar a pasear a sus hijos, iban algunos domingos a caminar, sentarse en las banquitas y montar en canoas de madera por el gran lago de ese bosque abrazador. Otras veces los niños como reyes magos, montaban en pacientes burritos, tan lindos como imaginaban al legendario Platero y yo.
Claro que ese bosque no era un bosque encantado, pero eso si... era demasiado bello y encantador. Nada como un paseo de domingo con papás y hermanos al bosque mágico de juegos, abrazos, risas, calor y color..
El bosque tenía enormes árboles, caminos verdes, paisajes hermosos y olor a frescor. Parecía una gran selva amiga en la que nadie se pierde, ni siquiera el más temible lobo feroz.
Unos señores de blanco impecable, recorrían punta a punta el bosque con pequeños carritos blancos y sonoras campanitas, que anunciaban los dulces helados de colores, refrescantes y de delicioso sabor.
Otros señores vendían el rosado algodón de azúcar junto al cofio, al minisigúí, las solteritas, y las sorpresas con anillitos, muñequitos y mensajitos del amor.
Dicen que se llamaba el Bosque de la Independencia.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Conversación entre juegos ancianos

Una tarde iban varios juegos sabios perdidos por el camino café de los recuerdos. Eran juegos muy viejos, con memorias tan grandes como sus olvidos ancestrales. Juegos usados en múltiples infancias por varias generaciones de hijos con hijos, y otros tantos, por hijos sin hijos para siempre.
Al cabo de un rato, uno de ellos susurró: He estado pensando que juego y espacio y tiempo son casi lo mismo.
¿Por qué dices eso? preguntó el juego de las aventuras de intimidad.
Pues tú lo debes saber mejor que yo. ¿Acaso no te han jugado al placer o al displacer, al amor y a la guerra, a la muerte sin muerte, al tiempo eternamente renovado, a la vida o a la ilusión? ¿Acaso no te han repetido una y otra vez de muchos modos, con la misma fuerza y la misma emoción?
Claro que si. Y me juegan además con los objetos. No sólo he sido tiempo sin tiempo, espacio sin fin, un aún para todas las experiencias, sino que también he sido objeto (s). Todo en la intimidad es susceptible de volverse juego-tiempo-espacio o de transformarse en juguete-objeto-tiempo.
Y entonces el anciano juego de los juegos por imaginar dijo con voz resonante: A través de los siglos he visto niños, adolescentes, adultos y ancianos, volver con cualquier pretexto a las fantasías y la imaginación, como parte de su acción creadora. Para jugar han necesitado poco y mucho, porque nadie sabe realmente cuánto debe invertir de deseo (s), cuánto de afecto (s), cuánto de historias personales y grupales, cuánto de mundos hechos y conocidos o mundos por hacer y conocer. La imaginación se nutre de todo esto anudando y causando, tiempo-espacio-objetos, para sus juegos venideros con la razón.