martes, 5 de agosto de 2014

La abuela generosa

La abuela mayor, era una hermosa mujer gordita, empolvada y generosa, sentada una gran silla de cuero verde y madera oscura, delicadamente tallada. Solía mantener su mirada unas veces en los recuerdos y en los sueños el resto del tiempo. Sólo cuando llegaban los niño,s volvía a mirar el presente, en especial, cuando llegaba el "palomito", que era su niño del alma, ya entrado en edad adulta. La abuela pensaba que ofrendar comida era dar vida a los demás. Por eso sus tazas eran más bien tazones y los platos, grandes bandejas decoradas a mano, como si fueran copiados de las extrañas formas de un coral.
En el comedor, habitaba su querida muñeca de cara de porcelana, cuerpo de trapo y vestido bautismal. Jamás se movió de allí y nunca nadie la cargó. Sólo vigilaba. A los niños les daba un poco de miedo esa muñeca que parecía con ojos de verdad.
Pero un día cualquiera, la abuela se enfermó. Enfermó tanto, tanto, que su palomo salía de noche a cuidarla y a decirle que la amaba demasiado. Y una noche… después de mucho cuidarla, la abuela se murió. Fue muy triste pero no demasiado, pensaron los niños.
En el ataúd estaba la abuela con su vestido de colores fuertes y chillones. Quedaba muy linda. La volvieron a empolvar como a ella le gustaba y le pusieron sus medias de seda para que pareciera que sólo se iba por un rato a pasear, aunque la verdad, a ella no le gustaba salir, y menos ir a los cementerios.
Entonces todos fueron a su funeral. Los asistentes estaban muy tristes. Una de las niñas pensaba que era muy miedoso caminar por ese cementerio de dos pisos porque era inevitable pisar las tumbas de muchos otros muertos. Ella creía que sus pies se le iban a contaminar de muerte y no quería que eso le pasara a tan corta edad. La verdad odiaba a la muerte y no le gustaba ir a ninguna de sus casas por más bonitas que las hubieran decorado.
Pasó un año, dos, tres y cuatro y del cementerio llamaron a decir que ya debían entregar el hueco que sirvió de tumba a la abuela. Eso se llamaba "sacar los restos".
Por una extraña razón, ya no fue tanta gente como al funeral. Como si a algunos ya los hubiera invadido lo que en Macondo conocían, como la enfermedad del olvido. Y la niña decidió que el "palomo", que era su padre, no podía irse solo al nuevo encuentro, con lo que perduraba de su amada madre.
Entonces, el sepulturero abrió el desvencijado y podrido ataúd y emergió una hermosa y última imagen de la abuela generosa y apacible. Era como una momia pero su vestido estaba intacto, igual de hermoso como hacía cuatro años. También lo estaban sus medias. Era increíble que en medio de tanto dolor revivido, la bella imagen lograra desfigurar al dolor con su cascada de recuerdos. Al moverla suavemente, para sacarla de ese cajón, el vestido desapareció. Primero fue polvo de colores y luego nada. Ahí estaba lo que aún quedaba de la abuela. Pero hasta después del final… fue la abuela más generosa, reservada y hermosa.

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