Mis cuentos son cuentos deshilachados y flojos. A veces ni son cuentos, ni son historias. Son tal vez recuerdos de algunas infancias que he visto pasar. Aún no tienen estilo, ni identidad. No estoy segura si alguna vez la tendrán, pero guardo mis hilachas en la memoria para cuando aprenda a coser bien. Dejo que las letras jueguen como ellas quieran, que nazcan y se mueran, que busquen rimas imposibles, destempladas y fofas, hasta que puedan contar graciosamente que “había otra vez”.
lunes, 4 de agosto de 2014
El niño que se volvió azul
Sólo tenía tres años. Desde que nació, su mamá lo cuidaba a cada paso para que no le pasara nada. Pero día tras día, su cuerpo y su espíritu iban cobrándole al universo más y más energías y por eso ya casi nadie lo podía parar.
Subía, bajaba, corría, se acostaba, lloraba, reía, jugaba, imaginaba, y volvía a correr, saltar, trepar, reptar, reír, cantar…
Ni siquiera la abuela María lo detenía cuando le decía: "grabaré un video y se lo mandaré a tu papá para que vea que no obedeces". Él le decía: "no puedes abuela, no lo hagas".
Cierto día, jugando en el parque, el niño se aporrió con un enorme columpio volador. Claro... fue tan duro el golpe, que en la carita que le salió mucha pero mucha sangre roja. Las manos de la abuela estaban frías del miedo. Nadie ni siquiera se atrevió a murmurar. La mamá lo cobijó con su amor maternal. La hermanita con su amor fraternal. El silencio asustado de los "locos bajitos" lo acompañó el resto del día. El bisabuelo de pelo blanco-blanco lo acarició para sanarlo.
Al otro día el niño despertó y dijo a su tía. "Hoy me portaré muy bien". El niño descubrió que algunos dolores le ponen colores a la piel. Entonces fue cuando dijo: "tía, me estoy volviendo azul"
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