Mis cuentos son cuentos deshilachados y flojos. A veces ni son cuentos, ni son historias. Son tal vez recuerdos de algunas infancias que he visto pasar. Aún no tienen estilo, ni identidad. No estoy segura si alguna vez la tendrán, pero guardo mis hilachas en la memoria para cuando aprenda a coser bien. Dejo que las letras jueguen como ellas quieran, que nazcan y se mueran, que busquen rimas imposibles, destempladas y fofas, hasta que puedan contar graciosamente que “había otra vez”.
miércoles, 6 de agosto de 2014
Lágrima suelta
Le llamaban "lágrima suelta" porque lloraba, lloraba y lloraba sin parar. Nadie entendía bien por qué pasaba esto, ni siquiera su tía, que había llorado muchos días con sus noches como de nunca acabar.
Por lo que se sabía, la niña no tenía hambre, ni frío, ni dolores visibles. Algunos adultos pensaban que era una mezcla extraña de mimos con rebeldía. Otros se burlaban al ver cómo se engordaban las lágrimas en sus ojos, pues parecían globos a punta de explotar.
Ella decía: "no me digan lágrima suelta".
Y un día, estaba tan molesta con todos esos adultos que no la dejaban llorar en paz, que dijo: "con ustedes... no volveré a llorar".
Entonces las lágrimas se fueron poniendo flaquitas y se le entraron por sus ojitos de niña buena y al parecer esas lágrimas errantes y gordas, muy pocas veces han vuelto a brotar.
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