Mis cuentos son cuentos deshilachados y flojos. A veces ni son cuentos, ni son historias. Son tal vez recuerdos de algunas infancias que he visto pasar. Aún no tienen estilo, ni identidad. No estoy segura si alguna vez la tendrán, pero guardo mis hilachas en la memoria para cuando aprenda a coser bien. Dejo que las letras jueguen como ellas quieran, que nazcan y se mueran, que busquen rimas imposibles, destempladas y fofas, hasta que puedan contar graciosamente que “había otra vez”.
lunes, 5 de mayo de 2014
La finca encantada
Un extraño cuento pasó por aquí contando la historia de una finca encantada. Al parecer allí vivía un cura sin cabeza de nombre Plutarco. La finca se llamaba Las Jíqueras y quienes conocían su nombre se echaban a reir porque les parecía el nombre más feo que se había inventado alguna vez. Libardo, su cuidandero, tenía unos pocos, pero muy pocos dientes. Se reía como se ríen los campesinos, a boca suelta sin importar a quién pueden despertar.
Y cuentan que una noche, una muchedumbre salió para la cañada a buscar el cura sin cabeza. Los niños rezaban para que no lo encontraran. Algunas mamás secretamente también lo hacían. Pero los papás y los tíos, lo mismo los amigos, soñaban con encontrar el tesoro perdido.
Jamás lo encontraron. Creían ver al cura en cada hoja de plátano plateada por la luna y decían: "miren, alli va". Pero al despertar la platanera no se había marchado.
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