Mis cuentos son cuentos deshilachados y flojos. A veces ni son cuentos, ni son historias. Son tal vez recuerdos de algunas infancias que he visto pasar. Aún no tienen estilo, ni identidad. No estoy segura si alguna vez la tendrán, pero guardo mis hilachas en la memoria para cuando aprenda a coser bien. Dejo que las letras jueguen como ellas quieran, que nazcan y se mueran, que busquen rimas imposibles, destempladas y fofas, hasta que puedan contar graciosamente que “había otra vez”.
lunes, 26 de mayo de 2014
Cuentos pillados
Algunos de los cuentos deshilachados que se transportaban secretamente en libros importantes, fueron pillados.
Inmediatamente se dio la orden de sacarlos de allí porque los libros corrían el riesgo de perder toda credibilidad de narraciones acabadas. Pero eso a los libros no les importaba.
Arrojaron montones de libros a través de la ventana, al cuarto naranja para la inspección profana. Los cuentos deshilachados temblaban de pavor, porque no sabían qué les podía pasar. Entonces se oyó una voz gruesa y furiosa que gritó: ¡Salgan todos los cuentos colados! Que no quede ni uno escondido o descarriado.
Los cuentos más jóvenes saltaron sin decir nada, casi orgullosos de haberse colado, pero los mayores estaban aterrados y paralizados. No pudieron moverse.
Tres novelas de amor, cinco libros de historia, siete tratados de filosofía y un atlas de geografía universal para la educación primaria, se compadecieron de ellos y decidieron ampararlos.
La inspección duró cinco días hoja por hoja, lomo por lomo, letra por letra, tabla por tabla. Los cuentos ancianos se refugiaban calladitos en el fondo de las páginas.
Pero con el alboroto una fuerza enorme emergió de las primeras letras de infancia. Todos los libros volvieron a la ventana y lanzaron al infinito a los cuentos ancianos para salvarlos. Cuentan entre los libros, que desde ese día, el cuento de los cuentos pillados fue para siempre lo más secretamente preservado.
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