miércoles, 21 de mayo de 2014

¿Y si volviera la infancia?

Y un cuento anciano les preguntó a los presentes: Señores... ¿quisieran volver a ser niños?
Los más adultos se quedaron pensando... Para muchos estaba ya tan lejos la infancia… no por edad sino por esa absurda y terca seriedad de las “personas mayores”, que ya no recordaban.
El primer adulto murmuró en voz muy baja pleno de emoción: ¡Sería maravilloso! Podré volver a ser pianista, bombero, cura, bailarina, maestro, doctor, zapatero y soñador! ¡Jugaré de nuevo al policía y al ladrón! Retornarán del olvido mis amigos imaginarios. Y en mis juguetes volverá a latir un corazón, no importa si es un tarro, una muñeca, un carro o un balón.
Volveré a estar inmensamente triste, o furioso, envidioso, feliz o amistoso, porque volveré a ser siendo, cada vez, día tras día. Retornarán los miedos de los cuentos asustadores pero al despertar, sabré de nuevo que se trataba de un como si... jugando. Me volveré de nuevo esponja de conocimientos y preguntaré por qué, por qué y por qué... a cada paso. Cantaré en alta voz por las calles de mi barrio, por el parque, por los rincones preferidos de mi cuarto. Volveré a pintar en los cuadernos, en los muros, en los cuerpos y en las caras. Me reiré, imaginaré, exploraré, crearé y creeré. Sobre todo creeré. Seré otra vez niño y niña, señor y señora y hasta aprenderé a ser viejito y viejita porque la verdad, nunca me lo pregunté. Seré piedra y nube, sol o estrella, pájaro, flor, lápiz, tablero o borrador. Seré amarillo y verde, azul y violeta, blanco, gris, naranjita, uva y limón. Y la vida explotará todos los días, en el centro de mi querida infancia.
Hubo un silencio después de tanto alborozo.
Y una señora que lo escuchaba, no murmuró, sino que gritó de inmediato. Yo no tuve nada de esa infancia; ni juguetes, ni cuentos, ni colores, ni sueños, ni abrazos. El juego estaba prohibido en la calle y en la casa. Jamás fue un derecho. No hubo muñecas, ni balones, ni canciones. Sólo gritos y maltrato. Hoy soy una mujer triste y bravucona acompañada sólo de un negro y flaco gato. Tuve que trabajar sin chistar y sin llorar. No me cuenten de esas historias de antaño, con infancias felices y amigos imaginarios. La infancia no es un paraíso y por lo visto hay muchas formas de infancias. No quiero volver a ser niña, no quiero jugar con el pasado.
Entonces, un joven indígena le contestó al cuento anciano. Para mi, no hubo mucha diferencia entre la infancia y la adultez porque siempre estábamos andando. Aprendí a leer la madre tierra, el cielo, el día, la noche, el rayo; también el agua, el viento y el campo. Supe de las estrellas, de las siembras, de los amigos, los taitas, las máscaras y los cantos. Aprendí riendo mi lengua con las historias de espantos y nos pintamos el cuerpo como en un hermoso cuadro. Leí la adultez y la infancia pero nunca supe si eso que hacían lo llamaban... "jugando".
El cuento anciano no supo qué decir con tantas formas de vivir la infancia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario