miércoles, 17 de junio de 2015

El pesebre cambiante: (Cuento de navidad 2)

Quizás ningún pesebre tenía una lora tan hermosa y andariega, como la que tenían aquellos cinco niños. En ocasiones la lora de loza se trepaba al techo de la casa amarilla-y-roja, y sin saberse cómo, aparecía después en las ramas de un carbonero que hacía las veces de paisaje verde, en el que el verde animal "sabía" que nadie nunca lo podría desalojar.
Musgo y carbonero emanaban un aroma exquisito a naturaleza fresca capaz de durar con fuerza por toda la navidad.
El pesebre parecía vivo. No sólo la lora se movía. Los reyes también caminaban en las noches, de un lado para otro, sin cesar. Incluso el pueblo de casas pintadas, con sus 10 gallinas y huevitos, o el lago de espejos con sus patos de nunca nadar, no tenían problemas en cambiar todos los días su geografía, su apariencia y su historia, para comenzar de nuevo a volverla a imaginar.
Al parecer los hacía moverse la ilusión infantil de cada uno de los cinco niños, que re-ordenaban ese pequeño mundo representado, para volverlo un recuerdo hermoso, que guardarían desde su infancia hasta su privada eternidad. Creían que con sólo moverlo todo, podrían apresurar la tan ansiada llegada del niño dios.
No era así. Nunca lo fue. Pero jamás dejaron de intentarlo.
Así que un día, año tras año, después de muchas novenas rezadas de casa en casa, al fin llegaba, como de sorpresa, lo más esperado de toda "la navidad".
Se trataba del niño dios. No había faltado quien lo pistiara, cada noche de navidad; jamás mientras fueron niños pudieron atraparlo.
Tal vez porque siempre había una disculpa: ¡Creo que dejé el fogón encendido. Seguí vos con los niños que yo voy a verificar! Decía la mamá. ¿Si cerraste la puerta? ¡No traje saco, ya vengo que lo voy a sacar!
Ehhhh, siempre pasa lo mismo, con el papá o con la mamá -pensaban los niños mayores-. Tan demorados y tan elevados. Siempre se tienen que devolver a revisar.
Y la visita donde la abuela Teresa se volvía eterna a pesar de los globos, las pilas, las estrellitas, los totes, los voladores o los peligrosos borrachitos de pólvora para tirar.
Los niños decían: ¡Vámonos para la casa que ya queremos llegar. Tenemos mucho, mucho sueño. Y el niño dios se va a perder, y si no nos encuentra, nada nos va a dejar!
¡Todavía no, decía Ester! Quédense aquí con todos los primos que vamos a empezar a jugar. Mientras tanto, coman natilla y buñuelos, hojuelas ricas que hice para disfrutar.
Al llegar a casa, el pesebre se había movido de nuevo. El niño dios, ahora en su cuna de paja podía estar. ¿Cómo llegó? Nadie lo sabía pero no había tiempo para preguntar.
¡Los regaaaaloooos… Qué montón… Comencemos a destapar! Me trajo un carro, un triciclo y muchas cosas más; y a mí una billetera azul y tres bluyines que mañana comienzo a estrenar. Los gritos salían de casa en casa, muy de madrugada hasta que el sueño a cada niño lo vencía y lo volvía a cobijar.
Y así aprendieron a transmitir de año en año, y de niño en niño, nietas, sobrinos o primos, el gusto enorme por la magia bella de la navidad.
La lora se fue a vivir a otro pesebre muy lejos de la casa original, para mantener viva en otros niños, la ilusión que trae consigo cada historia viva de la navidad.

1 comentario:

  1. Muy bonito este cuento, aplica incluso para el recuerdo vivo de Vicky y yo. Además recuerdo enviar mensajes al niño Jesus amarrados cerca a la candileja de los globos para que no se fuera a olvidar de lo que le estábamos pidiendo.

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