Mis cuentos son cuentos deshilachados y flojos. A veces ni son cuentos, ni son historias. Son tal vez recuerdos de algunas infancias que he visto pasar. Aún no tienen estilo, ni identidad. No estoy segura si alguna vez la tendrán, pero guardo mis hilachas en la memoria para cuando aprenda a coser bien. Dejo que las letras jueguen como ellas quieran, que nazcan y se mueran, que busquen rimas imposibles, destempladas y fofas, hasta que puedan contar graciosamente que “había otra vez”.
jueves, 4 de junio de 2015
Los músicos secretos
Cuentan que en la ciudad, a los niños que se habían portado muy bien durante la semana, los llevaban a juniniar y a tomar el algo en un lugar llamado el Astor. Ese era un lugar mágico porque allí vivían hermosos sapitos cuadrados con cabeza de mantequilla y saltones ojos coquetos. A su lado reposaban las tortas cafés y las rosadas, todas ricas, blanditas, deliciosas, apenas justitas para que comieran con placer los papás y su adorado quinteto.
Cuando la plata alcanzaba, las mamás compraban gigantescas copas de helados. Mmmm que delicia esas copas altas y frías, blancas rosadas o cafés de todos modos la mejor de las bebidas.
Quienes iban a pasear al centro llegaban llenos de dulce, si, y también llenos de dulces... recuerdos que durarían por el resto de sus vidas.
Quienes no iban... aprovechaban para dar rienda suelta a su loca creatividad.
Unas veces era día de disfraces con los atuendos que celosamente guardaba la mamá. Sin pedir permiso se tomaban sombreros, zapatos, guantes y bolsos para comenzar a imaginar. ¿Qué haremos hoy preguntaba una de las niñas? Pues vámonos de mentiritas a juniniar, responde oronda su hermana comenzando a taconear. Y entre disfraz y disfraz compensaban la ausencia de sus viajes al centro ya fuera por castigo o porque no les tocaba el día para salir a pasear.
Los niños varones en cambio jugaban bolas, vuelta a Colombia, elevaban bombas inflables o intercambiaban caramelos del último álbum que querían coleccionar.
Sólo pocas veces, estando todos solos, sin la mirada de la mamá o del papá, sacaban juntos a relucir su vena musical. Y entonces el conjunto Los Retazos comenzaba su ensayo descomunal. Aparecían vibrantes y percutentes, ollas, tapas, molinillos, baldes, sonajeros de tapas y cualquier otro instrumento convertido en ruido más que sonido, pero a los niños eso no les caía mal.
Quizá los mayores era quienes cantaban. Ya nadie lo sabe con seguridad. Sin embargo aún se escuchan los ecos de una voz que gritaba, creyendo que cantaba, y gritaba y gritaba, hasta que llegaba la mamá.
¡Qué es este reblujo! ¡Quién empezó! Me guardan todo eso ya o los voy a castigar.
Hasta ahí llegaba la música y entre sustos y risas los niños aprovechaban para, de tanto bullicio, irse a descansar.
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Que nota... Los retazos... Jajaja me morí de la risa. Esa historia y la diligencia de Carlos le quemó a Luis, son dignos de ser contados... Pero yo no me los se!
ResponderEliminarMe encantó esta historia
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