miércoles, 10 de junio de 2015

Paseo en tren

Los más queridos paseos de la infancia fueron quizás los que iniciaban en la estación del tren.
UUU, chucu, chucu, ssssh... ¡llegó el tren. Todos arriba!
Siéntense juntos en las bancas de madera, no corran que los van a regañar.
¡Esta ventanilla no abre, mamá! Déjela quieta.
Era tanta la alegría que nada podía a los niños asustar. Ni las estaciones de Bello, Barbosa, Botero, Porcesito, Santiago o Cisneros. Ni el sonido encapsulado del oscuro y largo túnel de la Quiebra, ni las apresuradas cañas que corrían al revés, una por una, sin cesar.
Todo el viaje prometía siempre nuevas hazañas y muchos detalles para recordar...
Luego del túnel, una luz dulce con olor a hojaldras. Y entonces… ¡todos abajo, a descender del tren. Me dan la mano. No se vayan solos. Todos junticos hasta que se vaya el tren!
Qué cuerpos tan pequeños para máquinas tan gigantes. Qué confusión de estación con cada tren en su vaivén.
¡Y ahora vamos a caminar. Vamos para los charcos!
Que delicia recorrer la carrilera, saltar de uno en uno sus polines ordenados, pasar los puentes altos, juegos lindos para recordar la vida entera.
Y entonces, como en una promesa cumplida, aparecían los charcos. La "plancha" se llamaba uno de ellos. Su característico frio, apagaba siempre el calor sofocante del lugar. A jugar con la pelota, a saltar, a correr y a volver a jugar.
¡Tengo hambre, mamá! Ya vamos a comer, respondía ella. ¡Sálganse ya!
Al poco rato, ofrecía una comida envuelta en hojas, que retornaba las fuerzas y todo se volvía a alborozar. Fiambre se llamaba a este envuelto, hecho tal vez de madrugada, por el generoso papá.
De nuevo al tren. Vamos para la casa. Que Carlos no se quede ayúdenme-lo a cuidar.
Qué regalo inolvidable es un paseo. No importa si es a Barbosa, Girardota, Don Matías o a deslizarse en cartones por la inexplorada Iguaná.
Lo importante es estar al lado del latir seguro de corazones, de los amados papás.

1 comentario:

  1. Pues a mi no me tocaron esos paseos así en tren, pero hasta me imaginé el aroma del picao de papas del fiambre del abuelo. Muy buena historia.

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