jueves, 24 de abril de 2014

El primer niño que buscó los cuentos deshilachados

Los niños estaban felices de leer y leer sus mismos cuentos completos porque eran casi perfectos. No les importaba la repetición. Al contrario, se habían aprendido el final, las caras de sus personajes, los silencios, los movimientos; se asustaban y se des-asustaban porque conocían claramente que se trataba de un "como si...", sabían que era de mentiritas y que los malvados no llegarían nunca hasta sus camas o que con sólo despertarse los monstruos de la noche desaparecerían con la primera sonrisa de amor tierno, que alguien les dieran como pan caliente para desayunar.
Nadie parecía extrañar los cuentos deshilachados. De hecho, hasta se había sentido "un fresquito" sin esos cuentos inconclusos y deshilachados que brotaban como flores de la imaginación pero a los que era muy difícil catalogar porque no se terminaban jamás.
Pero hubo un niño que de pronto comenzó a extrañar los cuentos deshilachados. Se dio cuenta que ya nadie los estaba contando, que nada volvía a empezar otra vez de un modo distinto. Entonces tomó su catalejo y los comenzó a buscar. Buscó y buscó. Preguntó en su preescolar, fue a los parques y miró cerca a las bancas, en los columpios, miro por encima de las cometas, buscó entre las conversaciones secretas de sus papás... y ¡Nada!
¿Qué se habrán hecho?. ¿Se habrán muerto? Pero si no eran viejitos, ni estaban enfermos. ¿Se aburrirían porque él no quería que se los contaran? Sintió mucha tristeza y lo invadió un temor de quedarse solo de cuentos que aún no estaban contados.
Gritó día y noche llamando a los cuentos deshilachados. Su mamá estaba por enloquecerse. Y por ningún lado pudo encontrar al menos a uno para que le informara qué había pasado.
Su hermanita lo tranquilizó diciéndole que aún tenía muchos cuentos guardados en su imaginación que no había contado nunca. Que le iba a contar uno nuevo. El niño se tranquilizó y durmió calmadamente toda la noche y con una hermosa sonrisa de labios cerrados en su boca.

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