Mis cuentos son cuentos deshilachados y flojos. A veces ni son cuentos, ni son historias. Son tal vez recuerdos de algunas infancias que he visto pasar. Aún no tienen estilo, ni identidad. No estoy segura si alguna vez la tendrán, pero guardo mis hilachas en la memoria para cuando aprenda a coser bien. Dejo que las letras jueguen como ellas quieran, que nazcan y se mueran, que busquen rimas imposibles, destempladas y fofas, hasta que puedan contar graciosamente que “había otra vez”.
martes, 28 de octubre de 2014
Preguntando por la Plaza Azul
Meses después de la convocatoria, ningún cuento deshilachado sabía aún a qué lugar iban a llegar. ¿Dónde está la Plaza Azul? No tenían la menor idea de su ubicación. Sólo sabían que estaba al sur del planeta. ¿Qué tan al sur? Nadie lo sabía aún.
Escuchaban decir, eso sí, que era la plaza más hermosa de todas las plazas del universo. ¿De qué estaba hecha? ¿La habrá construido un arquitecto o quizás la dibujó un ilustrador? ¿La habrá soñado un niño, un joven o un anciano, tendrá casas, iglesias, caminos y parques a su alrededor? ¿Llegarán los pájaros, ladrarán los perros, se posarán las mariposas o habrá estanques con pecesitos de vivo color? ¿Irá la gente a sentarse en bancas y a confesar sus felicidades o su dolor?
¿Para dónde van todos los cuentos si no saben claramente ni las rutas, ni la ubicación? ¿Por qué andan siguiendo los caminos de la imaginación? ¿Serán tontos los cuentos? ¿Será por eso que se quedan deshilachados y nadie consigue finalizar su narración?
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