Mis cuentos son cuentos deshilachados y flojos. A veces ni son cuentos, ni son historias. Son tal vez recuerdos de algunas infancias que he visto pasar. Aún no tienen estilo, ni identidad. No estoy segura si alguna vez la tendrán, pero guardo mis hilachas en la memoria para cuando aprenda a coser bien. Dejo que las letras jueguen como ellas quieran, que nazcan y se mueran, que busquen rimas imposibles, destempladas y fofas, hasta que puedan contar graciosamente que “había otra vez”.
jueves, 9 de octubre de 2014
Y jugamos en el bosque
El bosque de este cuento era de verdad, de hace mucho, pero mucho tiempo, más o menos como un pedazo grande de vida larga.
Los papás, que tenían poco dinero, pero mucha imaginación para sacar a pasear a sus hijos, iban algunos domingos a caminar, sentarse en las banquitas y
montar en canoas de madera por el gran lago de ese bosque abrazador. Otras veces los niños como reyes magos, montaban en pacientes burritos, tan lindos como imaginaban al legendario Platero y yo.
Claro que ese bosque no era un bosque encantado, pero eso si... era demasiado bello y encantador. Nada como un paseo de domingo con papás y hermanos al bosque mágico de juegos, abrazos, risas, calor y color..
El bosque tenía enormes árboles, caminos verdes, paisajes hermosos y olor a frescor. Parecía una gran selva amiga en la que nadie se pierde, ni siquiera el más temible lobo feroz.
Unos señores de blanco impecable, recorrían punta a punta el bosque con pequeños carritos blancos y sonoras campanitas, que anunciaban los dulces helados de colores, refrescantes y de delicioso sabor.
Otros señores vendían el rosado algodón de azúcar junto al cofio, al minisigúí, las solteritas, y las sorpresas con anillitos, muñequitos y mensajitos del amor.
Dicen que se llamaba el Bosque de la Independencia.
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