Mis cuentos son cuentos deshilachados y flojos. A veces ni son cuentos, ni son historias. Son tal vez recuerdos de algunas infancias que he visto pasar. Aún no tienen estilo, ni identidad. No estoy segura si alguna vez la tendrán, pero guardo mis hilachas en la memoria para cuando aprenda a coser bien. Dejo que las letras jueguen como ellas quieran, que nazcan y se mueran, que busquen rimas imposibles, destempladas y fofas, hasta que puedan contar graciosamente que “había otra vez”.
jueves, 30 de octubre de 2014
Las tizas
Que hermosos los trozos de tizas de los tableros negros o verdes pintados. Tizas blancas, cuadradas o redondas, de colores, de muchos colores, al parecer, totalmente gastadas.
Cuántas palabras quedaron no escritas, cuantos dibujos, mapas, geometrías o fórmulas, nunca pudieron ser borradas, cuántas se quedaron atrapadas en esos pequeños segmentos de tizas, huérfanas de maestros y alumnos, o presas de jugadores con sus tapas emparafinadas.
Que polvillo invasor, amante de los uniformes, las manos, el cabello… hubo en cada niño y niña de los tiempos de antaño, pero también que polvillo abrazador para ocultar las manchas de los relucientes tenicitos blancos.
Quien no robó una tiza en su escuela o su colegio, quien no trazó golosas en las calles, un, dos tres, camino al cielo, y vuelva a empezar el juego como si nunca hubiera estado antes.
Quien no jugó a la escuelita en su tablerito enano, acompañando las tizas de reglas y borradores bien dispuesticas en sus dos manos, para jugar el juego de la docencia, ante los alumnos vecinos o los alumnos hermanos.
Qué lindas son las tizas que escribieron tantos aprendizajes.
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