Mis cuentos son cuentos deshilachados y flojos. A veces ni son cuentos, ni son historias. Son tal vez recuerdos de algunas infancias que he visto pasar. Aún no tienen estilo, ni identidad. No estoy segura si alguna vez la tendrán, pero guardo mis hilachas en la memoria para cuando aprenda a coser bien. Dejo que las letras jueguen como ellas quieran, que nazcan y se mueran, que busquen rimas imposibles, destempladas y fofas, hasta que puedan contar graciosamente que “había otra vez”.
miércoles, 29 de octubre de 2014
Cuando Micoloco recordó una canción
Esa tarde el cuento cortico, escuchó cantar dulcemente a Micoloco. Estaba sentado en su silla preferida de cuero negro bordada en recuerdos a todo color. Lo acompañaban dos infancias de distintas épocas, cuando Micoloco preguntó: ¿porque no han cosido todavía el cuento de Campirana? Las infancias se miraron a los ojos y dijeron: ¿Qué es eso?
Pues una canción, respondió él. Los niños siempre la cantaban.
Ah, ah. No la conocemos. ¿Cómo es…? ¿Campirana?
Él aseguró que todos la debían conocer y que muchas veces, al menos una de ellas, la había cantado con él. Pero no era así.
Buscaron en internet para recoger ese recuerdo y encontraron una virgen, un jardín de quimeras, una eterna cruz, una rosa, una muy viejísima canción.
La infancia mayor de las dos, hubiera querido salir a preguntarle al Juancho de todas las músicas, de todas las canciones y todos los ritmos, si conocía esa canción. Pero Juancho, que era su amigo de muchos años, el día antes había viajado al corazón de todas las melodías conocidas y por conocer, y no pudo decir como siempre lo decía, Martica claro que me la sé.
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